Estados Unidos y China se hallan inmersos en una intensa guerra comercial que oculta una competencia de fondo por la hegemonía mundial. Este enfrentamiento entraña comportamientos que algún investigador no duda en calificar como un nuevo imperialismo, pues estos Estados utilizan su poder para debilitar al contrario obligando a los restantes países a tomar partido y someterse a las normas del imperio al que se adhieran (Estefanía). Es en este marco donde cobran sentido, en otro ámbito, las amenazas de EE.UU. a las empresas europeas que no cumplan determinadas directrices políticas del gobierno norteamericano.
También comienza a estar cuestionada la idea de que el libre comercio aporta riqueza para todos. El profesor D. Rodrik aporta ejemplos de una globalización que no logra equilibrar la apertura económica con el derecho de los Estados a gestionar su espacio político y, mucho menos, su economía. Las ínfulas neoimperialistas y las insuficiencias de la globalización están mostrando algunos síntomas que anuncian un retroceso de la mundializacion en curso. Tendencia que se aceleraría en caso de que se produjera también una posible ruptura de la confluencia tecnológica con la aparición de dos sistemas incompatibles –el chino y el occidental–. La conjunción de esas circunstancias preludiarían una posible vuelta a los espacios económicos cerrados. En cualquier caso, los pasos dados hasta ahora no son irreversibles.

La guerra comercial
La guerra comercial, iniciada por la administración de Donald Trump, significó que entre 2018 y 2019 Estados Unidos impuso a China aranceles por un valor de 360.000 millones de dólares, 200.000 de ellos a comienzos de mayo, una magnitud muy importante. China respondió con un alza arancelaria de 60.000 millones sobre productos norteamericanos. En los momentos actuales, las negociaciones comerciales entre ambos gigantes están paralizadas y la tensiones se han extendido a otras esferas en lo que algunos analistas califican ya como una nueva guerra fría.
Estados Unidos justifica sus acciones en el unilateralismo y proteccionismo que aplica el gobierno de Pekín, pero también subyace detrás la crítica al programa de desarrollo tecnológico chino, y la acusación a China de discriminar la inversión extranjera y de robo de la propiedad intelectual.
En cualquier caso está demostrado que Trump se dispone a emplear todos los instrumentos a su alcance para doblegar al gigante asiático que, aunque ingresó en la Organización Mundial de Comercio en 2001, continúa aprovechándose de ella para lo que le interesa, pero no acaba de cumplir otras normas de la competencia internacional como la supresión del dumping social o la protección medioambiental.

La guerra tecnológica.
Que el enfrentamiento desbordaría las relaciones comerciales para acabar en la tecnología se venía venir desde el año pasado. En el mes de febrero de este año, el Departamento de Justicia de Estados Unidos presentó cargos contra Huawei por robo de secretos comerciales, obstrucción a la justicia y otros delitos. Estas acusaciones podrían acelerar la extradición a EE.UU. de la vicepresidenta de Huawei, retenida en Canadá desde el 1 de diciembre de 2018.
El enfrentamiento ha pasado ya a un segundo nivel, abandonando la faceta comercial y centrándose en las empresas tecnológicas. Estados Unidos acaba de colocar a la empresa china Huawei –líder en tecnología 5G– en una lista negra que implica que ninguna empresa norteamericana puede hacer negocios con ella ni venderle componentes sin una autorización previa; la consecuencia más llamativa es que los móviles de la marca china no van a poder actualizar su sistema operativo Android, producido por Google. Siguiendo la misma onda, Intel también ha anunciado que deja de vender componentes a Huawei, lo mismo que otras empresas norteamericanas.
La tensión entre los dos países no ha surgido con Trump, pero sí se ha recrudecido con fuerza durante su Administración. Detrás subyace el temor de que China pueda controlar, en un futuro, los datos y las comunicaciones mundiales. Por eso ha surgido ahora este conflicto sobre la industria tecnológica, que en el fondo es un enfrentamiento sobre la hegemonía mundial. Se trata de un conflicto de gran importancia en el que China aún no ha dicho su última palabra. Desconocemos por dónde irá su respuesta: si aplicará la reciprocidad a otros productos tecnológicos americanos –Apple, por ejemplo– o utilizará la deuda pública norteamericana que posee para presionar a la economía estadounidense.
Lo cierto es que la importancia del 5G es muy grande. Se trata de una tecnología que podrá revolucionar el mundo de la telefonía móvil, pero también el de la industria y el de la vida cotidiana de las personas. Es la que permitirá el funcionamiento de robots industriales que serán capaces de procesar al instante cualquier orden, hará funcionar los coches autónomos, controlará las infraestructuras de nuestras viviendas, convertirá en algo cotidiano la realidad virtual o la televisión en 8K, para no hablar de sus aplicaciones en el sector armamentístico. El 5G y la inteligencia artificial significarán miles de millones de elementos conectados, el manejo de ingentes cantidades de datos y una utilización de la nube mucho más rápida y eficaz. Esta tecnología es la llave de la cuarta revolución industrial gracias al salto tecnológico que implica.

Por todo ello no es extraño que se encone la lucha por el control de esta tecnología. Y, por ahora, China lleva la delantera. La preocupación norteamericana por este predominio es la que explica sus reacciones ya que ve en peligro su preponderancia tecnológica y, por ende, militar. La utilización de la tecnología china otorgaría a este país, según fuentes cercanas a las FF.AA. estadounidenses, una enorme capacidad de espionaje sobre los países que la usasen.

Los terceros países. Europa.
Este enfrentamiento puede obligar a otros países, entre ellos los europeos, a decantarse por alguna de las dos superpotencias. Nos estamos acostumbrando a que estos grandes países impongan a los demás sus directrices y normas; ello es patente en los intentos de Estados Unidos por castigar, por ejemplo, a las empresas europeas que hagan negocios con Irán o Cuba, otorgando a su legislación un carácter de justicia universal que, sin embargo, no aceptan para otras cuestiones, por ejemplo para el Tribunal Penal Internacional.
La postura norteamericana es particularmente peligrosa para las empresas europeas, poco acostumbradas a desenvolverse en marcos de relaciones imperialistas, a golpes de “diktats” de las potencias hegemónicas que los países en sus áreas de influencia deben obedecer. La UE, con todos sus defectos, es la única potencia mundial que no funciona con una lógica imperial. En este sentido, son ya muchas las voces que piden que la Unión se comporte, en su política exterior, como un imperio. No obstante, en este caso, la UE sí está mostrando cierta independencia de los designios norteamericanos pues son varios los países europeos que han adoptado la tecnología 5G proporcionada por Huawei o que ven con simpatía el multimillonario proyecto chino de la Ruta de la Seda.
Así pues, las presiones norteamericanas sobre sus socios internacionales para que abandonen la tecnología de Huawei no están dando resultados significativos; Alemania, Francia, Italia o España no lo han hecho, aunque sí han seguido sus indicaciones Australia, Japón o Nueva Zelanda.

En cualquier caso, todos los países muestran un interés por preservar su seguridad ante esta tecnología, de la misma manera que ya se había hecho anteriormente con otras tecnologías asentadas en el mercado. Así, no son pocos los Estados que imponen restricciones a los proveedores de infraestructuras tecnológicas.
En España Huawei tiene una importante cuota de mercado en telefonía móvil –un 60 % frente al 35 % en Europa–. La empresa china tiene también contratos con los tres principales operadores españoles (Telefónica, Vodafone y Orange). Si estos secundaran el bloqueo estadounidense sería imposible desplegar a tiempo una red 5G. Europa ya va con retraso respecto de otros países como Estados Unidos, China o Japón. Y en cuanto a sus empresas solamente Nokia y Ericsson pueden ofrecer alternativas, pero aún están en sus inicios y son más caras.
Las capacidades chinas.
China no carece de respuesta a los ataques arancelarios y prohibiciones de EE.UU. La potencia asiática es el primer inversor mundial en innovación y su retirada de los países occidentales causaría un grave quebranto porque retrasaría el ritmo de desarrollo tecnológico. Podría también cortar el grifo de las exportaciones de metales raros (de los que es una gran productora), imprescindibles para los teléfonos móviles. Pero, según todos los expertos, lo más grave sería que desarrollase un sistema operativo propio que reemplace a Android y acabe con el cuasi monopolio de Google, que tiene una cota de mercado mundial del 85 %.
De la misma manera, podría desarrollar sus propios chips de procesamiento o memoria, rompiendo el aislamiento que le han impuesto los fabricantes estadounidenses o ingleses –Intel, Qualcomm, Western Digital, ARM…–. Los gigantes chinos pasarían una larga travesía del desierto pero al final podrían destronar a los gigantes occidentales citados y ser la vanguardia en sectores tan importantes como la industria aeroespacial, la biotecnología, la robótica y la computación.
De la misma manera, podría desarrollar sus propios chips de procesamiento o memoria, rompiendo el aislamiento que le han impuesto los fabricantes estadounidenses o ingleses –Intel, Qualcomm, Western Digital, ARM…–. Los gigantes chinos pasarían una larga travesía del desierto pero al final podrían destronar a los gigantes occidentales citados y ser la vanguardia en sectores tan importantes como la industria aeroespacial, la biotecnología, la robótica y la computación.
Las últimas declaraciones de líderes políticos y empresariales chinos inciden en este hecho: el logro de la autosuficiencia tecnológica. Una meta relativamente fácil de cumplir porque la estructura del sistema chino –una dictadura política combinada con una liberalización económica– permite dirigir los grandes recursos del país allí donde se crea conveniente.
Bibliografía
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