1. Leopoldo II de Bélgica, empresario colonial. 

Leopoldo II de Bélgica –rey entre 1865 y 1909– es un personaje peculiar, además de uno de los mayores genocidas de la historia. Fue el único soberano europeo que fue de hecho dueño privado de una colonia, el llamado Estado Libre del Congo, un territorio que administró como si se tratara de una empresa particular. Era «su» colonia, no del país.

Leopoldo II. Fuente: //bookmarkzero.com

Bélgica era, en la segunda mitad del siglo XIX, un país joven. Su pequeño tamaño hacía inviable cualquier rivalidad con las grandes potencias del momento –Gran Bretaña, Francia, Alemania–, arrojadas a una carrera colonial muy competitiva. La consecuencia fe que Bélgica se quedó sin colonias y eso no constituía precisamente un elemento de prestigio en aquel tiempo. Pero su soberano se propuso remediar la situación y lo consiguió. De hecho, como afirma Vargas Llosa, Bélgica, o su soberano, fue el único país que se convirtió en una gran potencia colonial sin disparar un solo tiro.

Mapa de Bélgica. Fuente: Wikipedia.

Leopoldo II comenzó pronto a mostrar interés por el continente africano. Pero ese interés se manifestó a través de una construida mentira. El monarca se fue fraguando una imagen pública de benefactor y protector altruista de los salvajes y paganos pueblos africanos. Para fortalecer esta imagen propagandística envió misioneros y financió estudios sobre las condiciones de vida de estos pueblos, mostrándose también como un fervoroso antiesclavista. En este contexto convocó una Conferencia Geográfica en Bruselas (1876); no se trató de un encuentro político, sino más bien social ya que asistieron exploradores y diversos científicos. Su objetivo fue establecer unas normas para proteger a los habitantes del continente de la trata de esclavos, práctica común entonces. De esta Conferencia surgió la Asociación Internacional Africana (AIA). Una organización que era una simple tapadera que ocultaba los verdaderos propósitos del rey. Poco después, en 1879, esta asociación promovió una expedición por el rio Congo que se prolongó durante diez años, hasta 1889, y que estuvo dirigida por el explorador inglés Henry Morton Stanley. Gracias a estas acciones, Leopoldo II adquirió una apropiada imagen de filántropo, de patrón que se preocupaba por los temas humanitarios. A través de esta campaña publicitaria logró manipular al pueblo belga, poco proclive a aventuras coloniales. Todos estos aspectos sirvieron para tapar la cruda realidad de una explotación colonial despiadada. 

Expediciones de Stanley. En verde la de 1874-7; en azul la de 1888-89. Fuente: wikimedia.org

Su interés por la carrera colonial y por obtener una área de influencia tenían como objetivo situar a Bélgica entre las grandes potencias coloniales del momento. En base a estas premisas, Leopoldo II logró que, en la Conferencia de Berlín (1884-1885), las grandes potencias coloniales le regalaran el Congo, un inmenso territorio –80 veces más grande que Bélgica–, con el objetivo de que lo abriera al comercio, lo cristianizara y aboliera la esclavitud. Se reconocía así la creación del Estado Libre del Congo como una propiedad personal del rey, no del Estado belga. Para configurar su posesión con una mínima base jurídica, Leopoldo había mandado a Stanley que firmara pactos con los reyes locales por los que sus territorios se convertían en «Estados libres» pero cedían a la AIA los derechos de explotación de sus tierras. Toda una engañifa. Fue así como se constituyó el denominado Estado Libre del Congo.

Mapa de África resultado de la Conferencia de Berlín de 1885. Fuente: http://acento.com.do/

Para el control del territorio Leopoldo envió un ejército mercenario de 16.000 hombres, de diversos países europeos, pagado de su propio bolsillo. Este ejército implantó un régimen de trabajos forzados basado en la esclavitud y las mutilaciones.

2. La explotación de la colonia. 

Gracias a la explotación del Congo, Leopoldo se convirtió en multimillonario.  Las plantaciones de caucho –cuya demanda aumentaba por el crecimiento de la industria automovilística y del parque de bicicletas– le proporcionaron ingentes riquezas porque poseyó durante bastante tiempo el monopolio mundial de su producción. A ello se añadió la exportación de marfil. Para sostener estas actividades se aplicaron unos sistemas de explotación que obligaban a los indígenas a un trabajo inhumano, basado en la violencia más salvaje y en un régimen de plena esclavitud.

Trabajadores del caucho. Foto de Alice Seeley Harris. Copyright Anti-Slavery International y Autograph ABP.

Un ejemplo de este régimen de trabajo era el de la tala de árboles; un trabajo previo que necesario para despejar la selva antes de plantar. El trabajo era realizado por hombres no encadenados, pero para controlarlos los soldados habían secuestrado antes a sus mujeres e hijos. Si escapaban o no realizaban el trabajo previsto les cortaban las manos a los rehenes.

Niños con las manos cortadas como castigo. Fuente: https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/originals/cd/4f/23/cd4f23387925d03a1bfe6eb257875248.jpg

Los historiadores difieren en la cuantificación de este genocidio. La mayoría opta por constatar que aproximadamente un tercio de la población congoleña fue exterminada –perecieron entre 10 y 13 millones de personas–, la mayoría entre 1885 y 1908.

En la colonización del Congo no hubo ninguna resistencia al invasor. La enorme división de pueblos y culturas desconectados o enfrentados entre  imposibilitó una reacción conjunta frente a un colonizador mucho mejor organizado y armado que cortó desde el principio cualquier iniciativa que cuestionara su dominio.

Los países europeos tardaron en reaccionar. Hasta 1903, fallecida ya la reina Victoria de Inglaterra, prima de Leopoldo, no se elaboró ningún informe al respecto. El gobierno británico envió al Congo a Roger Casement para que elaborara un informe al respecto. Esta investigación –informe Casement– llevó al gobierno británico a exigir la revisión de la concesión del Congo al rey belga. Como consecuencia de las presiones desencadenadas a nivel internacional, Leopoldo II cedió al parlamento belga la administración del territorio (1908), pero a cambio de que este le indemnizara por la cesión con el equivalente actual de unos 140 millones de euros.

Bélgica continuó explotando el Congo hasta 1960, fecha de su independencia. Las explotaciones de caucho fueron sustituidas por la minería –cobre, cobalto, uranio, . Incluso las grandes empresas mineras lograron administrar a su libre albedrío la región de Katanga, donde se concentraban los mayores y más ricos yacimientos mineros.

Región de Katanga. Fuente: Google Maps y elaboración propia.

La conclusión que podemos extraer de este proceso de colonización creo que ya la ha realizado y resumido Vargas Llosa a la perfección: «Durante un cuarto de siglo por lo menos el Congo fue desangrado, esquilmado y destruido en una de las operaciones más crueles que recuerde la historia, un horror sólo comparable al Holocausto. Pero, a diferencia de lo ocurrido con el exterminio de seis millones de judíos por el delirio racista y homicida de Hitler, ninguna sanción moral comparable a la que pesa sobre los nazis ha recaído sobre Leopoldo II y sus crímenes, al que muchos europeos, no sólo belgas, todavía recuerdan con nostalgia, como un estadista que, venciendo las limitaciones que la historia y la geografía impuso a su país, hizo de Bélgica por unos años un país imperial.»

 3. La explotación del Congo y la literatura.

Resulta curioso el contraste entre el relativo desconocimiento que , en general, se tiene de la colonización y del genocidio ocurrido en el Conglo durante el dominio del rey belga, sin duda el más cruel del colonialismo, y el gran interés que ha suscitado entre los escritores a lo largo del tiempo.

El primero que se hizo eco de esta tragedia fue Joseph Conrand, quien en su novela El corazón de las tinieblas (1899) narró el viaje del protagonista por el río Congo. Ese protagonista narra de primera mano las atrocidades que se cometían en ese territorio. Poco más tarde, el escritor francés Octave Mirbeau también le dedicaba su atención en la novela LA 628-E8 (1907). Y recientemente será Mario Vargas Llosa quien en su novela El sueño del celta (2010) haya divulgado, apoyado en numerosas fuentes, los crueles excesos de la explotación del Congo a través de una biografía de Roger Casement.

4. Bibliografía.

Cortés, J. L. (2007). Historia contemporánea de África. Madrid: Mundo Negro.

Ferro, Marc. (2005) El libro negro del colonialismo: del siglo XVI al siglo XXI. De la exterminación al arrepentimiento. Madrid: La Esfera de los Libros.

Hernández Sandioca, E. (2014). El colonialismo (1815-1873): Estructuras y cambios en los imperios coloniales. Madrid: Síntesis.

Leopoldo II de Bélgica. (2017, agosto 25). En Wikipedia, la enciclopedia libre. Recuperado a partir de https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Leopoldo_II_de_B%C3%A9lgica&oldid=101373336

Van den Brule, Á. (2016). La brutal vida de Leopoldo II, uno de los peores villanos de la Historia . El Confidencial. Recuperado a partir de https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-05-01/la-brutal-vida-de-leopoldo-ii-uno-de-los-peores-villanos-de-la-historia_1192510/

Vargas LLosa, M. (2008). La aventura colonial. EL PAÍS. Recuperado a partir de https://elpais.com/diario/2008/12/28/opinion/1230418811_850215.html

VV. AA. (2010). La tragedia del Congo. La Coruña: El Viento.