Europa, o mejor la Unión Europea, se asemeja cada vez más a un fortín asediado por multitudes que pretenden entrar en él. Valga el simil para referirse a los inmigrantes que pretenden arribar a los países del sur de la Unión; un flujo incesante de personas de toda condición -incluidos niños, mujeres y ancianos- que hacen de su llegada a nuestro continente el objetivo fundamental de su vida. Hasta el punto de perderla, a veces, en el intento.
Empleando una referencia histórica, que no tiene más valor que la imagen que produce, podríamos comparar el fenónemo con el proceso de inclusión primero y de invasión después que llevaron a cabo los pueblos bárbaros en el Imperio romano. Los muros, como el de Adriano en Gran Bretaña, las fronteras fortificadas, como la del Rin, y la presencia de las legiones, como en el Danubio, se mostraron instrumentos ineficaces ante la enorme fuerza con la que los pueblos bárbaros -sajones, francos, vándalos, visigodos, etc.- presionaban al Imperio. Presionados ellos, a su vez, por los hunos.
Esta comparación nos puede hacer considerar que los impedimentos físicos o militares no logran detener los flujos masivos de población. Es una lección histórica con más ejemplos disponibles. Pueden reducirlos durante un tiempo o desviarlos hacia otras rutas, pero no impedirlos. Muchas personas esperan a las puertas de Europa para entrar en ella, solamente queda por definir la ruta que seguirán.
Europa tiene un grave problema: es un área de desarrollo económico, social y político rodeada de zonas económicamente subdesarrolladas -África negra-, de zonas muy inestables políticamente hablando -todo el norte de África en una secuela inesperada de las “primaveras árabes”-, y de zonas envueltas en el conflicto sin fin que supone el Oriente Próximo. En suma, el Mar Negro y el Mediterráneo, se convierten en las fronteras entre una vida decente y digna, y la miseria, la violencia, la indignidad e incluso la muerte. No hay que buscar más razones para comprender dos cosas: las causas de estos flujos inmigratorios y que estos no van a cesar, al menos próximamente.
Tres son las rutas a través de las cuales estos refugiados pretenden acercarse a Europa. La del oeste, en estos momentos la menos utilizada, es la del estrecho de Gibraltar; la del sur, la más importante cuantitativamente hablando en la actualidad, que parte de Libia; y la del este que parte de Turquía, Siria y Líbano.
La del oeste se localiza en el estrecho de Gibraltar y su final se halla en las costas del sur de la península Ibérica, situándose los puntos de acceso en las costas de Marruecos y Argelia básicamente, con los pivotes de Ceuta y Melilla -que son territorios europeos en el norte de África- como núcleos de interés para estos flujos. Esta ruta recoge principalmente inmigrantes y refugiados de lo que eufemísticamente se llama “África subsahariana”, gentes procedentes en su gran mayoría del África del oeste: Mauritania, Senegal, Mali, Niger, Nigeria, Guinea, etc. Tradicionalmente también se había utilizado la ruta de las islas Canarias, aunque en la actualidad casi no se usa por el mayor control marítimo y los acuerdos con los países emisores, en especial Senegal.
¿Por qué estos países expulsan población? El mapa nº 2 nos permite comprender la geopolítica del Sahara: conflictos internos que se transforman en guerras civiles -Malí, Niger-, presencia de grupos islamistas fanatizados -Argelia, Nigeria,…-, a lo que hay que sumar la persistente falta de oportunidades económicas para una población en crecimiento, a pesar de que muchos de estos países son ricos en energía y minerales.
Los emigrantes que utilizan esta ruta, además de los ya citados, proceden de la región del Sahel, de Sudán, de Etiopía, de Eritrea y de Somalia. Las razones que impulsan estos movimientos son las mismas que hemos citado en la primera ruta: huida de la violencia y de la pobreza casi absoluta.
El objetivo primordial de la mayor parte de estos inmigrantes es acceder a la Unión Europea, pero especialmente a los países del norte: Alemania, países nórdicos, Gran Bretaña, Francia, etc. . Para poder acceder a los países del norte, estas rutas se enfrentan a otros filtros pues no olvidemos que se trata de inmigrantes indocumentados o en situación ilegal con lo que , a pesar de encontrarse en el espacio Schengen, no pueden atravesar legalmente ninguna frontera. Surgen así “cuellos de botella” como los del paso de Calais (Francia), el muro que ha levantado Hungría para impedir el paso del flujo inmigratorio procedente de los países balcánicos o los problemas actuales en la frontera entre Macedonia y Grecia.
Ignorar el problema es la peor de las soluciones. Mientras los desequilibrios entre la UE y sus vecinos sean tan abismales y mientras la principal zona de conflictos del planeta esté tan próxima a nuestras fronteras los flujos no se detendrán, por muchos obstáculos que pongamos.